viernes, 16 de octubre de 2020

La diferencia entre una actitud negativa y una crítica

Cuando decimos que una persona o un hecho recibe una crítica, muchas veces lo asociamos con algo negativo, que puede generar enojo en el otro o cierta sensación de incomodidad. Ahora bien, hay muchas cosas a tener en cuenta a la hora de analizar esa actitud escéptica ante la vida.

Al momento de hablar de las acciones de otras personas nos estamos posicionando en un lugar de poder o de jerarquía moral. Desconociendo además todo lo que lleva a esa persona a realizar un hecho y analizando más bien el resultado final, en una suerte de “blanco o negro” y dejando de lado los procesos que son igual o más importantes que su conclusión.

Hay proyectos que empiezan pero nunca llegan al resultado esperado y nos enseñan mucho más que los que sí lo logran. En toda esa etapa nos encontramos con distintas opiniones o personas que, por su forma de ser, nos presentan críticas constantes a lo que estamos llevando a cabo. Eso, en un punto puede desafiarnos a mejorar y en otro aspecto puede representar una “piedra en el zapato”, que desgasta o entorpece el camino que debería ser disfrutado como un “todo”.

A veces son detalles invisibles, pero con impactos enormes en el otro. No a todas las personas les afecta igual la opinión de los demás y es bueno poder percibirlo y dejar de hacerlo de ser necesario, a eso podemos llamarle empatía o “tacto”. Considero que sin dejar de respetar nuestra esencia podemos ponernos mínimamente en el lugar de otra persona o detectar si se siente molesto por una actitud nuestra.

Según su definición, la crítica es “un conjunto de opiniones o juicios que responden a un análisis y que pueden resultar positivos o negativos”. Está claro que el concepto en sí hace alusión a algo que representa una dualidad, y exige una decisión concreta de calificar algo como bueno o malo sin presencia de matices.

Ahora bien, en la vida no son todos grises y hay situaciones que exigen tomar postura sobre las cosas, eso está claro. Pero cuando intervienen otras personas y estamos analizando su comportamiento ante ciertas situaciones me parece que es mucho más complejo. Si hablamos de nosotros mismos lo considero valioso y enriquecedor en su justa medida poder tener una autocrítica y una búsqueda de mejora. Pero al momento de intervenir en la conducta de los demás, estaríamos hablando más de nosotros que de ellos.

Hay quienes dividen la crítica como constructiva o destructiva para diferenciar la intencionalidad. Yo pienso que incluso una crítica que intenta ser constructiva en un momento inapropiado puede ser destructiva. Digo esto, no poniendo en discusión la propia acción de criticar sino el contexto, la repetición y los momentos. Si una persona siempre te está marcando los errores, cuando vos no le diste lugar a que lo haga, no hace más que generar negatividad.

Considero que si uno comparte algo con otra persona está expuesto a críticas todo el tiempo y eso es entendible. En la tarea de quienes nos dedicamos a la escritura, el periodismo o el arte es moneda corriente y forma parte de ese nivel de exposición. En profesiones ligadas a las ciencias exactas no hay lugar al cuestionamiento. Y el trabajo que realiza cualquiera de esas personas es analizado con otros parámetros.

Todo lo que nos ayude a construir algo mejor es válido y necesario para nuestro crecimiento. Pero hay una gran diferencia entre eso y la negatividad vista como forma de vida en el que la queja por algo que no está a nuestro alcance se transforma en una rutina, un hábito que mal llevado nos aleja de lo que somos.


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viernes, 9 de octubre de 2020

El equilibrio entre nuestra identidad y el crecimiento personal

Durante varios textos he estado hablando de la construcción de mi persona, de la búsqueda de amor propio, de actuar en línea con mis deseos personales y encontrar el equilibrio que me haga sentir bien en relación a lo que hago.

Ahora bien, considero que todo esto antes mencionado subsiste en un entorno que nos rodea y condicionado ,en cierta manera, por un contexto y una tradición. Hablo de un ambiente social - familiar en el que fuimos creciendo y que indudablemente nos define y nos atraviesa. Vivimos en sociedad y vibramos en compañía de otras personas.

Esto que estoy diciendo no es un detalle menor al momento de posicionarse en una búsqueda de maduración como persona y avance en nuestras vidas. No todos los preceptos que funcionan en otras personas van a surtir el mismo efecto en nosotros. El desafío es encontrar justamente lo que nos sirve en relación a nuestra identidad, a nuestras raíces y características propias.

Lo digo porque puede generar frustración pensar que algo que es útil para otras personas, en nuestro caso, no solo no nos ayuda sino que nos juega en contra. Esto puede ser llevado a todos los terrenos de la vida. Existe un valor intrínseco que es inevitable, cada persona es única e irrepetible. Y nadie está en nuestros zapatos.

De esta manera entiendo que nuestras decisiones nos van marcando el camino, que siempre hay que tratar de ser la mejor versión de nosotros mismos, tener deseos, respetar nuestros máximos anhelos y hacer todo lo que esté a nuestro alcance para realizarlos. Todo eso es posible al mismo tiempo gracias a lo que somos y fuimos aprendiendo a lo largo del tiempo. Con esto quiero decir que nuestras propias experiencias, bien o mal, edificaron la persona que somos.

Esas experiencias de la que hablo, son las que nos marcan la identidad, que nos muestran el verdadero sentido de pertenencia con nosotros mismos y el lugar que ocupamos al mismo tiempo en nuestro entorno. Esa construcción es nuestro pilar del cual tenemos que valernos para encontrar nuestro propio camino, tan propio como genuino.


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viernes, 2 de octubre de 2020

La culpa y su efecto en nuestro comportamiento.

Algunas veces nos preocupamos demasiado en el posible efecto de nuestras acciones hacia los demás y eso nos inmoviliza, nos deja posicionados en el hecho de "pensar demasiado" y no en la propia situación de "hacer". Ese proceso puede ser inconsciente, y afectar nuestra conducta a partir del momento en el que dejamos de llevar a cabo algo que queremos por miedo a las repercusiones que pueda tener en los otros; o si ya lo hicimos, no nos permite transitar lo que nos pasa porque nos invade la idea de creer que sabemos sus consecuencias.

En mi experiencia personal, la culpa ha jugado diferentes roles, generalmente negativos porque me privó de cosas que tenía ganas de hacer o me hizo perder demasiado tiempo en pensar si estuvo bien lo que hice. En algunos casos funciona como un auto límite para no cometer errores pero a mi forma de ver, no es beneficioso porque generalmente reproduce miedos propios y surge cuando nos detenemos a mirar posibles apreciaciones de los otros que ni sabemos si van a existir o si existieron. Es un gasto de energía en algo que no está a nuestro alcance ni lo estará.

Yo lo asocio mucho a cierta falta de seguridad o construcción cultural posiblemente ligada a lo religioso, en lo cual se nos educó para castigar los errores, para solicitar perdón por lo que hacíamos y supuestamente estaba mal. En un sentido, eso complica nuestro transitar por la vida y sus aprendizajes. Animarse al error es parte de una madurez que nos enseña y nos forma como personas.

El efecto que produce la culpa se percibe en el cuerpo y en la mente y es limitante para lo que queremos hacer, nos posiciona como seres culposos o auto castigables. El camino está lleno de pozos pero hay que transitarlo y a veces para recorrerlo nos enfrentamos con nuestra propia mente que no nos deja ser libres.

Creo que en todo esto ocupa un lugar importante la comunicación, la capacidad de expresarle a las personas lo que nos sucede, para poder obtener mayores certezas sobre lo que pudo haber pasado y no suponer desde lo incierto.

Por eso considero que hay que dejar fluir lo que nos pasa y lo que sentimos, hay que expresarse de la forma que nos resulte posible, hay que trabajar en uno mismo y fortalecerse, siempre respetando a los otros, empatizando con sus historias y comportamientos, pero "caminando" firme y con convicción podremos establecernos como personas.


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viernes, 25 de septiembre de 2020

Hacerse cargo de los sueños

Durante un largo lapso de mi vida adulta estuve frustrado y con falta de ánimo. Los motivos fueron varios, pero uno de los más importantes fue que estaba atravesando una crisis de sentido. No sabía porqué hacía lo que hacía y con qué fin. No tenía en claro cuál era mi lugar dentro del mundo ni a qué dedicarle mi tiempo. Básicamente no encontraba un rumbo, ni algo para hacer que me de satisfacción.

Al principio lo ví reflejado como un conflicto de prioridades, porque si bien decía que la universidad de ingeniería era lo más importante, no se reflejaba en los hechos. Cómo dije en otros textos, me la pasaba gran parte del día preocupado por "dilapidar" el tiempo en la escritura de canciones.

Por momentos me sentí también como un extraño, ya que en el  entorno en el que vivía "idealizado por mi" en general las personas no eran falibles. Cumplían las metas que se proponían, sin mediar inconvenientes. Estudiaban, trabajaban, tenían pareja y todo eso en los tiempos "estipulados".

El tema es que después de tanto batallar con estas inquietudes existenciales y en el medio de una Pandemia Mundial -en la cual me toca estar en casa la mayoría de los días de la semana- descubrí en cierta manera ese sentido que tanto busqué y me dí cuenta de lo que realmente me gusta hacer: crear, producir contenidos y vincularme con lo profundamente humano de diferentes maneras.

Si bien tengo un trabajo estable que me brinda la posibilidad de la subsistencia, sé que actualmente no me llena porque siento que no estoy utilizando mis virtudes de la mejor manera y eso es verdaderamente frustrante. Fue ahí cuando entendí  que ese trabajo es un medio que me permite lograr otras cosas y le saqué ese peso que le ponía y me producía estrés. 

Ahora que ya logré interpretar mi deseo, estoy transitando una parte fundamental que requiere mucha acción y compromiso y es la de "hacerme cargo" de eso que tanto busqué y que ahora detecté. 

Esta etapa me encuentro disfrutando del proceso pero al mismo tiempo invadido por distintos sentimientos: desde la emoción y la expectativa por lo que puede llegar a venir, hasta los miedos por la incertidumbre de los resultados y la responsabilidad de "hacer para vivir del sueño".


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viernes, 18 de septiembre de 2020

El verdadero valor del dinero

Cuando era chico algunos familiares me regalaban plata para mi cumpleaños. Desde ese momento, mis papás me enseñaron que es importante ahorrar para poder progresar y la vida por momentos me fue confirmando esa teoría y por otros no. Todo esto, me llevó a preguntarme: ¿qué hacemos con ese bien material que podemos acumular y a qué precio?. ¿Cómo encontramos el equilibrio entre lo que dejamos de hacer y el costo real de ese dinero?

No pertenezco a una familia que le sobra la plata, somos 3 hermanos y mi padre siempre fue un “laburante” independiente, ambicioso y emprendedor. Un comerciante constante que supo entender los contextos y elegir los momentos. Mi madre docente profesional y de vocación: lo pude ver en sus ojos cuando volvió a trabajar de maestra después de estar en casa cuidándonos durante varios años. Mis abuelos vinieron de Italia como tantos otros después de la guerra y empezaron de cero, sin nada y superando todo tipo de adversidades que les impuso la vida en un país ajeno al suyo.

Lo cierto es que toda esta introducción me pareció interesante para darle un contexto a lo que quiero contarles relacionado a la plata y su valor porque creo que está directamente asociado. A los 19 años conseguí mi primer trabajo rentado como docente en el colegio secundario al que iba y cobré mi primer sueldo. Sería difícil describir la sensación de alegría y orgullo que sentí en ese momento, ya que comprendí lo que significaba ganar plata por mi mismo y fruto de mi propio esfuerzo. Con ese dinero me compré un bolso tipo “maletín” que me gustaba hace tiempo y usaba para ir a trabajar o a la Universidad.

A partir de aquel momento me transformé en una persona libre e independiente que tenía la posibilidad de emplear el sueldo en lo que quería. Mis padres me daban la oportunidad de no tener que aportar dinero en mi casa. Por eso, si bien la línea de comportamiento siempre fue el ahorro, trataba de darme ciertos gustos cotidianos que antes no me permitía por depender del dinero de otras personas. Si tenía ganas de comprar una gaseosa me la compraba, siempre y cuando no pierda cierto equilibrio entre lo que quería ahorrar y lo que quería usar.

Luego de cierto tiempo de estar en ese puesto, sentí que que tenía que dedicarle más energía a la facultad, dejé de trabajar e intenté avanzar los estudios. Pero no me funcionó del todo esa decisión porque entré en una etapa en la que no me sentía motivado y no encontraba mucho el rumbo. Hasta que un par de años después conseguí un trabajo de mitad de tiempo por la Universidad y volví a sentir esa sensación que extrañaba.

La vida siguió y en gran medida por el impulso de mis amigos comencé a viajar, conocer diferentes lugares y culturas y mi ahorro iba destinado a esas cosas. Esto me brindó la posibilidad de entender que existen distintas maneras de ver lo que nos pasa, a “sacarme de contexto” en todos los sentidos. A vivir momentáneamente otras realidades y en entornos diferentes y con personas distintas. Esto le puso un valor diferente a ese ahorro. Lo empecé a ver como algo más motivador y  genuino.

A partir de esa experiencia descubrí que el dinero tiene el valor que nosotros le damos más allá de lo que pueda definirnos la economía predominante. Existe una decisión diaria sobre en qué queremos destinar nuestro dinero cuales son nuestras metas para usarlo. Y existe una necesidad económica según la situación personal. En mi caso puntualmente me produce más satisfacción usarlo para ese tipo de cosas porque tengo resueltas mis necesidades básicas. Lo importante creo yo es encontrar el mejor destino de nuestros ingresos, según las prioridades que tengamos y la condición en la que nos encontremos.

Por sobre todas las cosas aprendí que la plata que gané a partir de mi propio esfuerzo tenía un valor diferente a aquella que me regalaban de chico. Y al mismo tiempo entendí la importancia de ese regalo que recibía, que me brindó la posibilidad de replantearme lo que pasaba desde una posición diferente. La sensación de libertad y satisfacción que tuve aquella vez que cobré por primera vez fue única y me demostró lo importante que es tener la oportunidad de trabajar, pero más que nada me hizo confiar en mí, sentirme valioso para el mundo en general y me hizo vivir en carne propia el resultado de mi constancia y dedicación.


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viernes, 11 de septiembre de 2020

El valor de la solidaridad en nuestras acciones del día a día

A veces escucho que en algunos medios de comunicación se dice que la sociedad argentina es muy solidaria, que ayudamos cuando hay alguna tragedia o un hecho que necesita de nuestra unión como habitantes del país. Si bien ese comentario puede tener algo de cierto, porque los hechos lo han demostrado, considero que esa actitud no está tan presente en nuestra vida cotidiana.

Decidí repasar la definición de “solidaridad” para entender junto a ustedes de qué hablamos cuando decimos lo que decimos. Según la Real Academia Española la solidaridad es la “adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. La palabra proviene del latín “solidus” que significa solidario. Etimológicamente tiene una estricta relación con algo sólido, consistente o completo.

Si bien el término habla en sí de una adhesión “circunstancial” a situaciones de otras personas, la procedencia de la palabra hace alusión a cierta composición duradera y maciza asociada a algo compacto. Con lo cual entiendo que es una característica muy valiosa que podemos tener como sociedad si logramos encontrar una meta en común y empatizar con las necesidades colectivas.

Desde mi perspectiva, más allá de acciones puntuales en las que masivamente se hacen campañas de apoyo y todos nos ponemos más sensibles y receptivos a las necesidades de otros, no percibo esa actitud solidaria con los demás en el día a día. Voy a compartirles un par de ejemplos:

En la forma que manejamos quienes tenemos auto o al momento de viajar en transportes públicos, generalmente en ciudades muy concurridas como lo es Buenos Aires, observo un profundo egoísmo para ver quién logra pasar primero, quién llega antes a su destino sin importar las reglas de conducir ni la regla fundamental del respeto por las personas.

En los trabajos existe un compañerismo cotidiano y cordial, pero por momentos se percibe un espíritu competitivo marcadamente negativo, en la relación con nuestros pares y con nuestros jefes. Todos de alguna forma u otra buscan sobresalir pero algunos lo hacen tapando al resto, capaz demostrando inseguridad en sí mismos, a veces no se apoya el crecimiento mutuo que sería más genuino y nutritivo para todos.

Podría seguir mencionando ejemplos pero no quiero aburrir, mi intención es llegar a algo que a mi forma de ver está muy relacionado a la solidaridad y es el concepto de consciencia colectiva. Estas creencias compartidas o actitudes morales que funcionan como una fuerza unificadora dentro de la sociedad.

Aquí está el principal problema en donde entra en juego cierta subjetividad asociada a lo moral, a lo que para uno está bien hacer y para otro está mal. ¿Todas las personas buscamos el bien común? ¿Cuál es el bien común?. Ahí es donde aparece la política, que en su concepción se asocia a la búsqueda de bien común, pero al mismo tiempo es quien muchas veces lamentablemente por mal uso de esas capacidades termina deformando ese concepto y promueve más división que unión, más individualismo en nuestro accionar.

Ahora bien, considero que tendríamos que hacer una autocrítica e intentar trascender eso destructivo que muchas veces se nos impone. Tenemos la oportunidad de entender que nuestra responsabilidad como ciudadanos es mucho más que el simple hecho esporádico de votar y en estos momentos más que nunca requiere de un lugar crítico pero constructivo, consciente y al mismo tiempo activo.

Por eso, mi costado más soñador e “idealista” les puede decir que por momentos creo en ese espíritu colectivo, en ese accionar de los pueblos que luchan por sus derechos. En esa valentía que identificó históricamente a los grandes revolucionarios que lograron cambiar las cosas. Creo que existe la forma de cambiar el comportamiento, de confiar en nosotros mismos y a su vez apoyar el crecimiento de los demás. Esa es una virtud que tenemos cada uno de nosotros al alcance de nuestras manos y a veces no nos damos cuenta. Es un valor que nos identifica y nos va a hacer crecer para el día de mañana tener una sociedad más amorosa y menos odiosa.


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viernes, 4 de septiembre de 2020

El arte como forma de vida

Recuerdo que un profesor de filosofía que tuve en la Universidad, el último día de cursada de su materia nos dijo: "yo soy filósofo, psicólogo y actor y en el único lugar en el que le puedo encontrar un poco de sentido a la vida es a través del arte".

Esa idea me quedó dando vueltas en la cabeza, porque durante mucho tiempo busqué cierto espacio de pertenencia dentro del mundo que me rodeaba. Sin saber bien qué quería, ni hacia dónde ir. Con ese planteo existencial de no entender el papel que uno vino a jugar en este rompecabezas que es la vida.

El recorrido me encontró, mientras estudiaba para ser Técnico Electrónico generalmente "armando" canciones desde que tengo 15 años como algo instintivo y natural, con las pocas "herramientas" que tenía, haciendo ruido con un balde de pintura para marcar el ritmo y escribiendo letras románticas de desamor cuando ni siquiera había experimentado ese sentimiento.

Al mismo tiempo atravesaba esa etapa tan conflictiva que es la adolescencia y no era consciente de lo que representaba para mí ese modo de expresarme. No lo registraba como una búsqueda sino como una necesidad natural.

Era el momento de elegir una carrera en la universidad y no estaba preparado para tomar esa decisión, incluso nunca me planteé si quería ir a la facultad o elegir otros caminos. Seguí el consejo de mis padres buscando cierto apoyo y seguridad a futuro que en realidad nunca existió.

Elegí una carrera que más o menos me gustaba y podía garantizarme cierta economía estable, estudié varios años hasta que me dí cuenta que no era lo que me apasionaba. No es que me haya ido mal, es que simplemente no estudiaba. Mis padres me apoyaban y no necesitaba trabajar pero en ese tiempo que debería estudiar me la pasaba haciendo canciones y grabando con la computadora o escribiendo poemas en este blog.

Fue ahí cuando me di cuenta que lo mío era la comunicación en alguna de sus formas, que necesitaba encontrar un modo de "contar historias" y comencé a estudiar para ser periodista, me acerqué mucho más a lo que necesitaba y ese recorrido me brindó muchas enseñanzas, pero aún así seguía sin encontrar esa sensación que buscaba.

Recién después de un tiempo y camino recorrido logré entender que todo lo que me fue pasando tuvo un propósito y fue parte de una búsqueda. Mis canciones reflejaron siempre lo que llevaba adentro y no me animaba a decir, mis frustraciones, mis represiones, mis enamoramientos y mis reflexiones más genuinas. 

El día de hoy me encuentra expresando lo que siento con total libertad y sin ninguna barrera y estos instantes que logro a partir de la escritura o la música son los que me hacen comprobar aquel comentario de mi profesor de filosofía sobre el arte y el sentido de la vida.


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jueves, 27 de agosto de 2020

Las estructuras de poder y sus complejidades

Una vez, en una entrevista radial, escuché a un artista solista hablar sobre la relación con su ex grupo sobre los principales motivos de la separación de la banda y él decía que se habían separado porque el vínculo que tenían se había vencido por las estructuras de poder que llevaba su organización y la distribución de responsabilidades de cada uno de sus integrantes.

Este comentario que podría haber pasado de largo para cualquier oyente, me llamó la atención porque siempre he tenido inquietudes y cortocircuitos en proyectos laborales o personales que se realizan de a muchas personas. En mis intentos por generar propuestas o plantear ideas con otras personas, en mi capacidad de “vender” lo que quiero hacer e imponerme ante lo que dicen los demás para ganar “esa batalla de ideas”.

Si bien muchas de esas iniciativas se frustraron en su nacimiento, algunas de las que sobrevivieron no pudieron ser sostenidas en el tiempo y creo que eso tuvo que ver con la construcción inicial de relaciones de poder entre las personas que las integraban y el rol que ocupaba cada una de ellas en ese vínculo. 

En las pocas propuestas que lograron superar los obstáculos mencionados anteriormente y se realizaron, sentí que el resultado final perdía esa impronta inicial para lo cual fueron creadas. El filtro de otras personas y mi falencia o poca voluntad argumentativa para “defenderlo” hicieron que ese proyecto no respete su esencia y al mismo tiempo disipe su consistencia. 

Creo que es importante poder diferenciar el objetivo principal de esos vínculos, en donde lo prioritario es el proyecto y no el debate moral para ver quién tiene la razón y quién no. Lo dicho anteriormente no es un detalle menor ya que para formar parte de cualquier equipo de trabajo o de personas que tienen un proyecto en común hay que tener una escucha activa que nos permita recibir de buena forma lo que propone la otra persona, pero al mismo tiempo estar convencidos de que lo que proponemos es superador o saber argumentarlo. 

Como nunca me llevé bien con la idea de “discutir” y siempre me generó efectos negativos, muchas veces termino cediendo mi postura inicial para no atravesar por ese proceso desgastante. Aunque sé que esa etapa incómoda puede ser nutritiva, la sensación que me deja en el cuerpo es fea, tal vez más por las formas que por el contenido en sí.

Ese procedimiento es válido y entendible para todo lo  que tenga una explicación lógica, pero al mismo tiempo es demasiado racional. Para temáticas como la música o la escritura en cualquiera de sus formas (si bien respetan estructuras) existen muchísimas subjetividades en juego que a mi forma de ver a veces están más ligadas a la intuición y no siempre pueden explicarse con argumentos sólidos y comprobables teóricamente.

Es ahí cuando, a mi forma de ver, se pierde el espacio tan lindo de libertad que te da una profesión que te gusta y se transforma en algo que tiene que respetar un fundamento formal u objetivo. Si bien es bueno que pueda existir un equilibrio entre lo emocional y lo estrictamente racional, considero que muchas veces esas estructuras jerárquicas de poder nos pueden limitar lo intuitivo que tenemos y a la vez generar frustración.

En todo grupo de personas que tienen un fin común existen las estructuras de poder. Podríamos decir que son lógicas o normas construidas directa o indirectamente para facilitar el funcionamiento de una sociedad. En proyectos donde participan muchas personas se observa también ese entramado de dominio, del cual muchas veces formamos parte y nos adaptamos. El lugar que ocupamos en la cadena productiva puede ser útil para una organización. Pero lo importante es detectar si es útil también para nosotros, saber si nos permite crecer, aprender y nos genera motivación.

Por eso en esta etapa entendí que soy más feliz vinculándome de otra manera al momento de llevar a cabo una idea, de una forma más independiente y decidiendo yo mismo el lugar y el momento en el que le doy participación a otras personas. De esta manera voy construyendo una estructura de poder desde cero y no tengo que amoldarme a una ya creada.

Esta diferencia claramente está asociada al trabajo en relación de dependencia en el que -puede ser más cómodo en muchos aspectos- pero capaz por mi personalidad históricamente me ha limitado. El camino elegido es más duro porque requiere de un compromiso mayor, una impronta propia y un sacrificio grande. Pero el desafío por cumplir mis metas personales supera todo lo otro, porque en definitiva qué seríamos sin esa sensación indescriptible que se siente en el cuerpo cuando haces algo que te gusta y lo dejas fluir.

®JAM®

viernes, 21 de agosto de 2020

Cansarse para descansar: la importancia de la acción

 

Tenía un profesor en la escuela que los viernes cuando llegaba el momento de despedirse en vez de decir "que descansen" decía "que se cansen" y aunque muchos no percibían ese detalle, o lo dejaban pasar como un simple chiste, siempre me llamó la atención ese comentario porque no era tan liviano como parecía.

Era una escuela técnica y no había tiempo para pensar o replantearse cosas, todo tenía un costado muy racional y lógico. Nos formamos para eso, para ser "inteligentes" y resolver ejercicios, el que los hace bien, aprueba y va superando las instancias de evaluación correspondientes. Las materias teóricas eran vistas como pequeñas e inexistentes, al lado del “monstruo” de los problemas de física o las ecuaciones matemáticas. 

Nadie se percataba que detrás de "lengua y literatura" o "filosofía" podía existir algo valioso, eran obstáculos chiquitos para obtener el premio mayor, porque no estábamos para eso, había que ser productivos y eficientes. Y no reniego de eso, porque aprendí muchísimas cosas que me transformaron en la persona que soy, pero al mismo tiempo me formaron con esa dinámica que representa la lógica de “los unos y los ceros”, la falta de matices.

Por otro lado, pasábamos mucho tiempo en la escuela, todo el día casi, dos turnos: a la mañana cursábamos materias de "aula" y a la tarde teníamos "taller" donde aprendíamos la parte práctica. En ese momento, nuestra vida se centraba en estudiar y sacar adelante las notas. Compartíamos la vida ahí adentro y me hice amigos que al día de hoy mantengo con gran amor. 

Todo eso que pasaba durante la semana ocupaba nuestro tiempo y hacía que estemos entretenidos, con objetivos, que nos gusten o no, nos desafiaban constantemente a superarnos, a relacionarnos entre nosotros, con un fin común que era aprender cosas nuevas que nos iban a servir a futuro para nuestras vidas, nos iban a posicionar como profesionales, nos iban a permitir obtener un trabajo y un medio de vida. 

Pero a pesar de eso, no nos preparábamos para vivir en sociedad, para aprender a ocupar nuestro tiempo, para conocernos y conocer a las demás personas, para saber disfrutar de nuestros ratos libres, para creer y confiar en lo que somos, más allá de lo que producimos. Para replantearnos si lo que nos pasa es lo que deseamos, para entender el contexto social y para comprender que existen diferentes formas de ver la vida. Era todo exacto y calculable.

Cuando me recibí, elegí una carrera universitaria y empecé a trabajar. Ya no estaban mis compañeros de siempre, había que salir a "la vida real". Y fue muy frustrante para mí entender en ese momento que todo lo que estaba pasando hasta hace muy poco, se había terminado, que ya no volvería a ver a mis amigos todos los días, que ya no teníamos objetivos en común, que me encontraría con un mundo desconocido y poco predecible.

Fue entonces después de mucho tiempo que logré comprender la importancia de lo que decía ese profesor y en el contexto que lo hacía. Entendí que somos nosotros quienes construimos nuestra vida día a día, que tenemos la posibilidad de equivocarnos y cambiar el rumbo. Que podemos ser felices de distintas maneras, que no todo es tan estanco ni radical. Que para disfrutar hay que hacer, que para "descansar" primero hay que "cansarse".


®JAM®

viernes, 14 de agosto de 2020

La autoestima y su efecto en nuestros vínculos

Durante mucho tiempo creí que lo feo que me pasaba en mis relaciones con las personas era culpa de los otros, que simplemente tenían actitudes malas o eran malos conmigo. Me posicionaba en un lugar de "víctima" ante los hechos. No veía que la solución podía estar adentro mío o que al menos podía hacer algo para cambiar esos vínculos.

Algunas veces dependiendo del estado de ánimo que tenga, cambio mi percepción de lo que ocurre, eso se refleja en mi accionar y en los resultados que obtengo que generalmente son diversos. Me dí cuenta que ante situaciones similares, dependiendo de cómo me encuentro, puedo reaccionar diferente y eso hace que la receptividad de las personas también cambie y se complique nuestra interacción.

En esos momentos se genera un conflicto que mal llevado puede terminar en una falta de respeto. Aquí me quiero detener, porque esa falta de respeto implica un comportamiento negativo de esa persona hacia nosotros y a la vez si lo aceptamos, una conducta de poca valoración propia. Pero ¿qué hacemos nosotros para querernos, para sentirnos bien o para adquirir confianza? y ¿Qué lugar ocupamos en las relaciones con los demás?

En todo esto creo que puede influir la autoestima. Esa apreciación que tenemos de nosotros mismos. La evaluación que hacemos sobre nuestra persona al juzgarnos en relación a nuestros pensamientos, nuestros sentimientos o nuestro cuerpo de una manera u otra.

Trabajando sobre mi persona aprendí que esa virtud de mi carácter puedo construirla en base al amor propio, a la confianza y al respeto hacía mí.  Encontrar equilibrio entre cada una de esas variables es, a mi entender, lo que me posiciona en un lugar correcto y saludable conmigo y con las demás personas.

Quererme a mi mismo implica cierto grado de madurez y responsabilidad que me permitan aceptarme como soy y trabajar para ser mejor día a día, sin la necesidad puntual de una aprobación externa. Cuidar mi cuerpo, mis horas de sueño, liberar mi mente de pensamientos intrusivos, respetar mis emociones y aprender a exponerlas de la mejor manera.

Si bien pueden existir personas con actitudes que nos afecten, si no hacemos nada para cambiarlo o simplemente alejarnos, estamos siendo parte de ese vínculo dinámico que se construye entre dos o más personas y no es unilateral.

Por eso, pienso que es muy importante edificar nuestro amor propio de una forma sana y equilibrada. De esta manera lograremos ver todo con otros ojos, formaremos vínculos diferentes y abordaremos con otra mirada lo que sucede. Lo haremos sabiendo actuar en consecuencia y respetando a los demás, pero por sobre toda las cosas respetándonos a nosotros mismos.

viernes, 7 de agosto de 2020

Más allá de la rutina: pensar lo que hacemos y porque lo hacemos

Siempre me generó inquietud el concepto de rutina, podría decir que tiene una connotación negativa de por sí. Por ejemplo cuando una persona se va de vacaciones, dice: “me escapé unos días de la rutina” o “estoy cansado de la rutina”. Hay personas que a lo largo de su vida repiten ciertos hábitos cíclicamente, se levantan a la misma hora, tienen el mismo trabajo, viven en el mismo barrio o interactúan con las mismas personas todos los días y disfrutan de esa estabilidad.

Entiendo que cuando uno tiene ciertas responsabilidades que atender, hay horarios para todo y que esos hábitos sirven para organizarse, pero a la vez te estructuran y te encierran en una inercia que se puede volver desgastante y aburrida. Sin darnos cuenta o a veces en forma consciente, repetimos acciones que en definitiva no elegimos, sino que “hay que hacerlas” para poder cumplir con esa premisa de vida que elegimos en un algún momento de nuestra vida.

Lo cierto es que yo por mi personalidad inquieta y ansiosa, tengo cierto rechazo a ese tipo de repeticiones o lo veo como algo monótono que se sostiene en el tiempo y pierde frescura. Me suele generar un estado de confort en un principio porque me posiciono en un lugar “seguro”, pero no me produce esa adrenalina que me hace sentir vivo y que me saca del contexto que vivo para atravesarme por completo, emocional y espiritualmente. Por eso es que me gusta poner en duda el concepto de lo “eterno” o “para toda la vida” ya que si pierde dinamismo puede ser es una idea condicionante.

Busqué en el diccionario la palabra rutina y encontré dos definiciones:

  • Por un lado lo describe como “una costumbre o hábito adquirido de hacer algo de un modo determinado que no requiere tener que reflexionar o decidir”, casi como algo automático y repetitivo en lo que uno no tiene poder de decisión, visto de esa manera claramente es algo que no quiero para mi vida.
  • La segunda definición me parece más interesante ya que lo define como una “habilidad que es únicamente producto de la costumbre”. Acá ya lo describe más como una virtud que como algo negativo. No cualquiera tiene esa habilidad de adquirir la costumbre de realizar una misma acción reiteradas veces con un objetivo y sostenerla.

Este análisis y mi propia experiencia personal me llevaron a darme cuenta que no necesariamente es malo tener una rutina, siempre y cuando ese hábito esté asociado a sentirse bien física y emocionalmente (por ejemplo: ejercicio físico, alimentación, buen descanso) o cumplir una meta en particular. Observé además que yo realizo ciertas actividades hace mucho y las sostengo con mucho amor, porque me gustan y me hacen bien.

En conclusión, lo que verdaderamente me cansa no siempre es la acción de repetir algo sino el tipo de actividad que tal vez no me gusta y me cuesta sostener en el tiempo. La rutina no tiene porque ser monótona y aburrida sino que puede ser dinámica, positiva y producir satisfacción mientras la realizamos y al momento en que vemos cumplir nuestros objetivos.

viernes, 31 de julio de 2020

Nuestro comportamiento cuando pensamos distinto a los demás

A veces me afecta emocionalmente que una persona opine diferente a mí y me encuentro atravesado por una combinación de sentimientos. Al principio lo registro como enojo o repulsión, luego llega el momento de la frustración o decepción, después aparece la aceptación y por último el aprendizaje y la acción.

El enojo y la repulsión hacia todo aquello que causó esa sensación me surgen instintivamente como estrategia de defensa y resistencia interna ante lo que me esta pasando que seguramente me interpela de alguna manera, toca las fibras más intrínsecas de mi persona y me hace repensar ciertos conceptos que llevo guardados dentro mío como verdades absolutas. 

La frustración y la decepción aparecen al darme cuenta que no todas las personas actúan, piensan o sienten igual, no voy a lograr convencerlos de que cambien de idea, ni tampoco podré evitar que se enojen cuando expreso una opinión diferente. Me doy cuenta que esa persona tiene algo distinto a mí y me ubica en un lugar extremo de creer que esa diferencia me aleja y ya no hay nada en común que nos pueda unir o que logre sostener ese vínculo que tenemos.

La aceptación es ese momento en el que entiendo que cada cual tiene su forma de comprender la vida y sus vicisitudes, su manera de encarar los conflictos del día a día y su mecanismo para expresarlo con las demás personas. En ese instante interpreto que existe un conflicto, una situación de incomodidad, pero ya dejo de lado el sentimiento de enojo inicial y lo comienzo a ver como parte de un proceso natural de interacción con otras personas. No sería sano que todos seamos iguales porque de ese modo estaríamos eternamente en una "zona de confort mental" al rodearnos siempre de un entorno que coincida completamente con nuestra manera de ver las cosas.

El aprendizaje tiene que ver con tomar eso que ocurrió, replantearlo adentro mío, y evaluar la posibilidad de cambiar mi parecer, mi comportamiento o mis acciones, vivirlo como una enseñanza que me ayude a crecer profesionalmente y como persona, sin alejarme de mi esencia sino más bien poniendo en duda una creencia sobre un tema en particular. La acción es un proceso que requiere de una total valentía y deconstrucción de mi persona, ya que si o si tengo que refutar una verdad instalada para volverla a confirmar ,reemplazarla por otra o re adaptarla a un término medio entre ambas.

En conclusión, considero que muchas veces todo este procedimiento se lleva a cabo en forma inconsciente y no lo terminamos de percibir. Lo importante ,creo yo, es poder identificar en qué etapa nos encontramos para transitarlo de la mejor manera posible, entendiendo que es parte de algo que si bien nos incomoda, si lo tomamos como una herramienta de vida, nos desafía a aprender y puede ser muy valioso para nuestra maduración como persona.

viernes, 24 de julio de 2020

La ambición como idea de crecimiento personal


El concepto de ambición me genera cierta contradicción interna porque lo suelo asociar a un deseo de poder o de riqueza al cual se accede por medio de una competencia despiadada con otras personas.

Ni el poder, ni la riqueza son objetivos que me representan una satisfacción que sea prioritaria para definir mi comportamiento, ni tampoco me atrae que el método para llegar a eso sea en forma comparativa con otras personas, intentando superarlas o "ser mejor" que ellas.

Las veces que he intentado compararme con otras personas no me ha ido bien, me generó más un gasto de energía y frustración, que un sentimiento de superación y crecimiento personal. Porque cada persona tiene sus propias particularidades, sus virtudes, sus defectos, sus oportunidades...etc.

Al momento de compararnos ya estamos asumiendo que comenzamos de un punto de partida similar. Entonces ahí radica el principal problema y lo que puede llegar a generar desencanto. Ante situaciones de vida distintas y contextos diferentes esperamos tener los mismos resultados.

A pesar que la definición pueda tener una connotación más superficial, le encuentro a la ambición un sentido más de crecimiento personal y superación. La veo como una sensación interna que me motiva para ponerme metas, me desafía a crecer y hacer lo que me gusta de la mejor manera posible, pero sin compararme con nadie más que conmigo mismo. Entendiendo que todo es parte de un proceso, con el fin de aprender y mejorar cada vez más, en pos de lograr mis propios sueños y no el de otras personas.


®JAM®

viernes, 17 de julio de 2020

LA CONTRADICCIÓN Y EL CAMBIO COMO PARTE DE UN PROCESO DE BÚSQUEDA


En un momento de mi vida creí que la frase "no cambies nunca" era un halago, pero con el tiempo me dí cuenta que no era tan así, porque algo que no cambia es estanco y sin vida.

Con el correr de los años encontré en el cambio y las contradicciones internas, una virtud y empecé a tomarlo como parte de la propia vida y sus vicisitudes. Todo el tiempo estamos tomando decisiones que ponen en juego o definen nuestro camino y eso muchas veces es parte de un proceso que lleva asociado un replanteo de ideas o pre conceptos que tenemos fijados por nuestra educación, la cultura, las instituciones donde asistimos o incluso nuestras familias.

Aquí está el foco del asunto y tiene que ver con la acción de tomar decisiones que nos marcan el destino de nuestra vida, más allá de las creencias que cada persona tenga, el momento de tomar una decisión es complejo y produce mucho miedo, porque se ponen en juego muchas cosas y siempre algo se pierde.

"El que no arriesga no gana" dice una frase muy conocida y a mi forma de ver es válida, siempre y cuando la tomemos para situaciones puntuales y no lo apliquemos indiscriminadamente. Hay momentos en los que la vida nos pone a prueba para ver qué somos capaces de hacer y a qué costo. Y si logramos desarmar ciertos prejuicios que llevamos dentro para madurar y pasar de un estado hacia otro.

Ese proceso puede ser traumático, solitario u oscuro pero trae consigo una gran enseñanza: la vida es dinámica y lo que nos va sucediendo o lo que vamos haciendo nos transforma y nos describe como personas. Por eso considero, que esa contradicción interna puede ser vista como una etapa errática por momentos, pero es un síntoma de algo que no anda bien o de algo que puede necesitar un cambio para estar mucho mejor y que solo nosotros podemos dar un paso más y convertirlo en acción.

Puedo interpretar que “ese cambio” del que se habla en el primer párrafo es una invitación a no modificar la esencia de la persona y el “don de gente”, pero al mismo tiempo entiendo que somos personas sociales que nos construimos y deconstruimos todo el tiempo, vivimos aprendiendo y desaprendiendo, en búsqueda constante de nuestra propia esencia y justamente eso es lo que nos hace seres vivos y falibles.


®JAM®

viernes, 10 de julio de 2020

LA IDEA DEL "MAÑANA" COMO UN ORDENAMIENTO DE ESPONTANEIDADES


Parece ser simplemente una palabra, pero es mucho más que eso, es un conjunto de letras que definen temporalmente “algo que va a venir”. Y cuando pienso en algo que puede venir se me vienen a la cabeza diferentes sensaciones: expectativas, preocupaciones, ansiedades, enojos, frustraciones, etc.

A mí personalmente me genera todo eso junto y mucho más, representa algo importante pero que muchas veces me paraliza y no me deja actuar libremente, porque me saca de mi propio eje basado en el presente, en lo estrictamente posible y me posiciona en el terreno de las especulaciones y la incertidumbre.

Estuve mucho tiempo peleado con la idea de planificar cosas, porque pensaba que ese hábito me podía condicionar u obligar a hacer algo que tal vez cuando llegue el momento de hacerlo, ya no tenga ganas. A decir verdad me sigue haciendo ruido ese concepto, porque siento que le quita espacio a la parte espontánea y divertida que tiene la vida. Y a la vez requiere una dedicación de energía en suponer hechos y situaciones que tal vez nunca pasen.

Al mismo tiempo, me di cuenta que la idea de planificar, también está asociada a la organización y muchas veces eso puede ser útil para lograr cierta constancia que requieren las actividades que uno quiere realizar. En un comportamiento librado 100% a la espontaneidad, las ideas pueden perderse y la posibilidad de plasmar lo que queremos puede esfumarse.

De esta manera entendí que para ser constante y alcanzar un objetivo puntual, al menos en mi caso, es necesario cierto grado de planificación, ya sea en proyectos laborales, como personales. Por eso, me parece importante encontrar un equilibrio y lograr un correcto ordenamiento de las espontaneidades para poder aprender a disfrutar del proceso y no solo del resultado.


®JAM®

viernes, 3 de julio de 2020

LIBERTADES INDIVIDUALES EN DISPUTA: UN CONFLICTO DE PRIORIDADES



La palabra “libertad” en un sentido amplio y según el diccionario hace referencia a la capacidad humana de “obrar según la propia voluntad”. En cierta forma lo que nos está queriendo decir la definición es que, un estado puro de libertad se logra cuando una persona puede decidir qué hacer y qué no, siguiendo su deseo y no el que le pueda imponer otra persona en forma coercitiva.

Ahora bien, todo individuo vive en una sociedad y para ello hay que establecer reglas de convivencia. Por eso, si nos remontamos a hechos históricos que nos definieron como sociedad es importante mencionar el concepto de estado de naturaleza que definió el filósofo Thomas Hobbes en su obra más conocida: “El Leviatán”.

En pocas palabras en ese texto cuenta que se acordaron ciertas normas a partir del siguiente precepto: “los seres humanos acuerdan un contrato social implícito que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que se dispondría en un estado de naturaleza”.

Toda esta introducción parece necesaria para entender la situación que atravesamos con una mirada amplia y cotejando no solo las sensaciones momentáneas, sino también analizando hechos de la historia que nos construyeron como sociedad moderna. En cierta manera hoy en Argentina y en el mundo nos encontramos viviendo algo histórico de lo cual hablarán los libros del futuro.

En un momento en el que el foco de debate son las libertades que nos brinda o no el gobierno debido al anuncio presidencial de endurecer la cuarentena, se generó nuevamente una fractura en la sociedad porque lo que se pone en juego es un nuevo contrato entre los ciudadanos y el poder de turno. Este nuevo contrato nos dice que no podemos salir a la calle (salvo excepciones puntuales) para “cuidarnos y cuidar a las demás personas”.

Al momento de escribir estas líneas ya superamos los 100 días desde que se decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio y en el aire se respira un ambiente de desgaste emocional, físico y psicológico debido al tiempo transcurrido y a la necesidad de poder salir a la calle libremente como antes.

En este contexto uno puede entender a las personas que sienten limitadas sus libertades, desde un punto de vista estrictamente económico, debido a su necesidad de salir a trabajar para poder subsistir, con la desesperación que puede generar ver que su propio emprendimiento, negocio, empresa se caen debido a la falta de consumo ocasionada porque las personas se encuentran en sus casas.

Pero, a mi forma de ver y ante una economía fluctuante como la de Argentina, se puede deducir que en todas estas decisiones hubo que establecer prioridades. La discusión de fondo tiene que ver con lo que cada persona entiende como importante para su vida y para la de los demás y esa es una resolución que en estos momentos está en manos del estado.

Aquí está el foco del “problema” y tiene que ver con el rol de estado que cada persona pretende, si quieren un estado más presente que tome decisiones que puedan impactar directamente en la vida de las personas o si quieren un estado que ocupe un rol más pasivo y no se involucre demasiado.

Las personas estamos entendiendo lo importante que son los vínculos y la necesidad de poder vernos, pero a la vez uno quiere ver a sus afectos con salud. Podríamos poner en debate el concepto de salud como algo integral y barajar la importancia de la salud mental en lo que creo que no se logró trabajar positivamente, no se brindaron herramientas ni soluciones para atacar ese factor que afecta en un proceso de aislamiento y sobre todo a las personas de riesgo como pueden ser los adultos mayores.

Ante la cantidad de contagios diarios que se encuentra en aumento, las muertes que proporcionalmente siguen ese mismo camino, creo que tendríamos que re preguntarnos qué tipo de libertad queremos y a qué precio la queremos. Todos estamos cansados, sentimos la ausencia de contacto con seres queridos o vimos nuestras economías afectadas, pero a la vez queremos estar bien y que las demás personas estén bien también.

Sin dudas, la medida de endurecer el estado de aislamiento social preventivo y obligatorio, es restrictiva y arriesgada, pero creo yo, que hay que hacer el ejercicio de analizar todas las variables y establecer lo que realmente sentimos que es importante. Reflexionar, dejando de lado los prejuicios que tengamos, teniendo en cuenta una mirada empática ante todos estos factores que mencionamos y entendiendo que cada país tiene su particularidad y estamos transitando una pandemia mundial.


®JAM®

viernes, 26 de junio de 2020

REPLANTEO DE VÍNCULOS: LA “NO NECESIDAD” DE ESTAR Y PERTENECER


La necesidad de estar y pertenecer en el mundo pre pandémico en el que vivíamos, nos solía condicionar bastante como personas sociales que somos. Nos ubicaba en un lugar en el que muchas veces hacíamos cosas o estábamos en lugares que no queríamos estar, pero que la misma costumbre o el propio sentido de pertenencia nos llevaban a hacerlo.
Este modo de relacionarnos  muchas veces nos atraviesa y nos muestra las miserias humanas más profundas de nuestro ser. Nos posiciona en un lugar en el que existe un patrón común de comportamiento donde aunque no estemos del todo de acuerdo, somos una pieza más de ese engranaje. Si bien en todo colectivo de personas existen diferentes criterios, estas lógicas grupales muchas veces no aceptan otras opiniones o castigan al que piensa distinto y eso es la que las termina haciendo tóxicas.
De esta manera, casi por inercia y por tiempo indeterminado formamos parte de algo que no somos ni queremos ser y participamos de una dinámica que nos afecta intelectual y emocionalmente. Por eso es importante detectar y poder percibir lo que nos pasa cuando pertenecemos y participamos en alguno de estos grupos de trabajo, amigos, familia, etc...que se nos afectan en nuestra conducta cotidiana. 
Por eso, resulta interesante poder diferenciar entre un vínculo individual, en el que podemos escucharnos y profundizar sobre nuestras sensaciones; y un vínculo grupal que tiene su propia lógica y construcción en la que está muy presente la mirada de las demás personas y en la que ,en casos negativos, el funcionamiento puede ser estanco y restrictivo. 
En este contexto en el que nos encontramos desarmando vínculos ya prefijados, revisando amistades, es importante poder entender que los límites los pone uno en cuanto a la intensidad y a la prioridad que le damos a las personas. Somos nosotros quienes decidimos a quién dedicarle nuestra energía y nuestro tiempo.

viernes, 19 de junio de 2020

RELACIONES VIRTUALES DURANTE LA PANDEMIA: EL CONTACTO FÍSICO EN DEBATE


En épocas en las que nos encontramos limitados para relacionarnos con otras personas en forma presencial aparece una única manera de conectar con nuestros afectos más cercanos: la tecnología.

De esta manera, a través del mismo dispositivo que usamos para trabajar, estudiar, distraernos, pagar cuentas y otras tantas cosas más, podemos conversar y estar cerca de quienes queremos e intercambiar “abrazos y besos virtuales".

Todo queda asociado a un mismo dispositivo que es el teléfono, el cual combina esas distintas funcionalidades pero a la vez hace compleja la diferenciación de los motivos por los cuales lo estamos usando.  Este multi uso de un mismo medio de contacto puede producir stress por varias razones pero sobre todo, por la necesidad que tenemos como seres sociales, de vernos, tocarnos y relacionarnos con las demás personas.

La necesidad de un “otro” u “otra” cara a cara puede afectar nuestros vínculos debido a que el dispositivo ya no es un complemento en nuestras relaciones sociales, sino que es el único medio de interacción.

Por eso nos encontramos ante el desafío de sobrevivir y salir airosos a esta “nueva normalidad” en la que el contacto físico lo tenemos con un objeto y no con las personas, en el que nosotros mismos somos nuestra propia fuente de afecto y contención.


domingo, 14 de junio de 2020

EL GRAN DESAFÍO DE ESTA PANDEMIA:



La construcción de un nuevo sentido común que nos permita madurar como sociedad


En épocas de pandemia, de falta de contacto físico, de relación cara a cara entre las personas, se ponen en juego nuevas preocupaciones del mundo y a su vez queda expuesta una brutal búsqueda individualista de salvación debido al ambiente de "fin del mundo" que se respira.

La discusión sobre las mejores formas de encarar un virus como el COVID en nuestro país se acrecentó más a lo largo de los días. La situación de ser uno de los países que más rápido adoptó la cuarentena pasó de ser un acierto político a un error garrafal en menos de un mes. En un contexto de catástrofe como este quedan expuestas, tanto nuestras mayores virtudes como nuestros peores defectos como sociedad.

El aumento de la cantidad de contagios, la proximidad del invierno y la posibilidad de un pico de muertes se ven cercanos y nos encontramos ante un gran desafío que va más allá del momento que estamos viviendo y que tiene que ver con cuestiones culturales que nos atraviesan y somos nosotros quienes tenemos la oportunidad de cambiarlas, más allá de las decisiones políticas que nos puedan condicionar.

Ese desafío tiene que ver con adquirir una voluntad y una empatía común que trascienda la situación personal que nos toque vivir, que nos permita un crecimiento a nivel masivo, que nos permita tener un mismo criterio y nos brinde la seguridad de defenderlo ante cualquier intención externa de división y fragmentación social.

Madurar como país tiene que ver con la construcción de un sentido común colectivo que nos encuentre unidos como sociedad, más allá del uso político partidario, con un criterio de solidaridad compartido que nos represente y nos permita sostener un crecimiento en el largo plazo.



® JAM ®

jueves, 7 de mayo de 2020

Las cosas que pasan en estos días



Todo lo que sucede se te viene encima
¿Cómo la realidad puede golpear tu puerta así de golpe?
Aparecen viejos cuestionamientos
Y todo lo resuelto se vuelve incierto

La gente “anda” por las calles
Camina, pero no sabe hacia donde
Surge una nueva y vieja era
Donde todo lo que era vuelve y se renueva

Sabemos que no se puede
Queremos que algo se prenda
La paleta de colores cambia
Y predominan los matices

Somos seres deambulando
Entre viejas cicatrices
Somos almas al vuelo en duelo
Y en busca de sueños felices

® JAM ®