viernes, 25 de septiembre de 2020

Hacerse cargo de los sueños

Durante un largo lapso de mi vida adulta estuve frustrado y con falta de ánimo. Los motivos fueron varios, pero uno de los más importantes fue que estaba atravesando una crisis de sentido. No sabía porqué hacía lo que hacía y con qué fin. No tenía en claro cuál era mi lugar dentro del mundo ni a qué dedicarle mi tiempo. Básicamente no encontraba un rumbo, ni algo para hacer que me de satisfacción.

Al principio lo ví reflejado como un conflicto de prioridades, porque si bien decía que la universidad de ingeniería era lo más importante, no se reflejaba en los hechos. Cómo dije en otros textos, me la pasaba gran parte del día preocupado por "dilapidar" el tiempo en la escritura de canciones.

Por momentos me sentí también como un extraño, ya que en el  entorno en el que vivía "idealizado por mi" en general las personas no eran falibles. Cumplían las metas que se proponían, sin mediar inconvenientes. Estudiaban, trabajaban, tenían pareja y todo eso en los tiempos "estipulados".

El tema es que después de tanto batallar con estas inquietudes existenciales y en el medio de una Pandemia Mundial -en la cual me toca estar en casa la mayoría de los días de la semana- descubrí en cierta manera ese sentido que tanto busqué y me dí cuenta de lo que realmente me gusta hacer: crear, producir contenidos y vincularme con lo profundamente humano de diferentes maneras.

Si bien tengo un trabajo estable que me brinda la posibilidad de la subsistencia, sé que actualmente no me llena porque siento que no estoy utilizando mis virtudes de la mejor manera y eso es verdaderamente frustrante. Fue ahí cuando entendí  que ese trabajo es un medio que me permite lograr otras cosas y le saqué ese peso que le ponía y me producía estrés. 

Ahora que ya logré interpretar mi deseo, estoy transitando una parte fundamental que requiere mucha acción y compromiso y es la de "hacerme cargo" de eso que tanto busqué y que ahora detecté. 

Esta etapa me encuentro disfrutando del proceso pero al mismo tiempo invadido por distintos sentimientos: desde la emoción y la expectativa por lo que puede llegar a venir, hasta los miedos por la incertidumbre de los resultados y la responsabilidad de "hacer para vivir del sueño".


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viernes, 18 de septiembre de 2020

El verdadero valor del dinero

Cuando era chico algunos familiares me regalaban plata para mi cumpleaños. Desde ese momento, mis papás me enseñaron que es importante ahorrar para poder progresar y la vida por momentos me fue confirmando esa teoría y por otros no. Todo esto, me llevó a preguntarme: ¿qué hacemos con ese bien material que podemos acumular y a qué precio?. ¿Cómo encontramos el equilibrio entre lo que dejamos de hacer y el costo real de ese dinero?

No pertenezco a una familia que le sobra la plata, somos 3 hermanos y mi padre siempre fue un “laburante” independiente, ambicioso y emprendedor. Un comerciante constante que supo entender los contextos y elegir los momentos. Mi madre docente profesional y de vocación: lo pude ver en sus ojos cuando volvió a trabajar de maestra después de estar en casa cuidándonos durante varios años. Mis abuelos vinieron de Italia como tantos otros después de la guerra y empezaron de cero, sin nada y superando todo tipo de adversidades que les impuso la vida en un país ajeno al suyo.

Lo cierto es que toda esta introducción me pareció interesante para darle un contexto a lo que quiero contarles relacionado a la plata y su valor porque creo que está directamente asociado. A los 19 años conseguí mi primer trabajo rentado como docente en el colegio secundario al que iba y cobré mi primer sueldo. Sería difícil describir la sensación de alegría y orgullo que sentí en ese momento, ya que comprendí lo que significaba ganar plata por mi mismo y fruto de mi propio esfuerzo. Con ese dinero me compré un bolso tipo “maletín” que me gustaba hace tiempo y usaba para ir a trabajar o a la Universidad.

A partir de aquel momento me transformé en una persona libre e independiente que tenía la posibilidad de emplear el sueldo en lo que quería. Mis padres me daban la oportunidad de no tener que aportar dinero en mi casa. Por eso, si bien la línea de comportamiento siempre fue el ahorro, trataba de darme ciertos gustos cotidianos que antes no me permitía por depender del dinero de otras personas. Si tenía ganas de comprar una gaseosa me la compraba, siempre y cuando no pierda cierto equilibrio entre lo que quería ahorrar y lo que quería usar.

Luego de cierto tiempo de estar en ese puesto, sentí que que tenía que dedicarle más energía a la facultad, dejé de trabajar e intenté avanzar los estudios. Pero no me funcionó del todo esa decisión porque entré en una etapa en la que no me sentía motivado y no encontraba mucho el rumbo. Hasta que un par de años después conseguí un trabajo de mitad de tiempo por la Universidad y volví a sentir esa sensación que extrañaba.

La vida siguió y en gran medida por el impulso de mis amigos comencé a viajar, conocer diferentes lugares y culturas y mi ahorro iba destinado a esas cosas. Esto me brindó la posibilidad de entender que existen distintas maneras de ver lo que nos pasa, a “sacarme de contexto” en todos los sentidos. A vivir momentáneamente otras realidades y en entornos diferentes y con personas distintas. Esto le puso un valor diferente a ese ahorro. Lo empecé a ver como algo más motivador y  genuino.

A partir de esa experiencia descubrí que el dinero tiene el valor que nosotros le damos más allá de lo que pueda definirnos la economía predominante. Existe una decisión diaria sobre en qué queremos destinar nuestro dinero cuales son nuestras metas para usarlo. Y existe una necesidad económica según la situación personal. En mi caso puntualmente me produce más satisfacción usarlo para ese tipo de cosas porque tengo resueltas mis necesidades básicas. Lo importante creo yo es encontrar el mejor destino de nuestros ingresos, según las prioridades que tengamos y la condición en la que nos encontremos.

Por sobre todas las cosas aprendí que la plata que gané a partir de mi propio esfuerzo tenía un valor diferente a aquella que me regalaban de chico. Y al mismo tiempo entendí la importancia de ese regalo que recibía, que me brindó la posibilidad de replantearme lo que pasaba desde una posición diferente. La sensación de libertad y satisfacción que tuve aquella vez que cobré por primera vez fue única y me demostró lo importante que es tener la oportunidad de trabajar, pero más que nada me hizo confiar en mí, sentirme valioso para el mundo en general y me hizo vivir en carne propia el resultado de mi constancia y dedicación.


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viernes, 11 de septiembre de 2020

El valor de la solidaridad en nuestras acciones del día a día

A veces escucho que en algunos medios de comunicación se dice que la sociedad argentina es muy solidaria, que ayudamos cuando hay alguna tragedia o un hecho que necesita de nuestra unión como habitantes del país. Si bien ese comentario puede tener algo de cierto, porque los hechos lo han demostrado, considero que esa actitud no está tan presente en nuestra vida cotidiana.

Decidí repasar la definición de “solidaridad” para entender junto a ustedes de qué hablamos cuando decimos lo que decimos. Según la Real Academia Española la solidaridad es la “adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. La palabra proviene del latín “solidus” que significa solidario. Etimológicamente tiene una estricta relación con algo sólido, consistente o completo.

Si bien el término habla en sí de una adhesión “circunstancial” a situaciones de otras personas, la procedencia de la palabra hace alusión a cierta composición duradera y maciza asociada a algo compacto. Con lo cual entiendo que es una característica muy valiosa que podemos tener como sociedad si logramos encontrar una meta en común y empatizar con las necesidades colectivas.

Desde mi perspectiva, más allá de acciones puntuales en las que masivamente se hacen campañas de apoyo y todos nos ponemos más sensibles y receptivos a las necesidades de otros, no percibo esa actitud solidaria con los demás en el día a día. Voy a compartirles un par de ejemplos:

En la forma que manejamos quienes tenemos auto o al momento de viajar en transportes públicos, generalmente en ciudades muy concurridas como lo es Buenos Aires, observo un profundo egoísmo para ver quién logra pasar primero, quién llega antes a su destino sin importar las reglas de conducir ni la regla fundamental del respeto por las personas.

En los trabajos existe un compañerismo cotidiano y cordial, pero por momentos se percibe un espíritu competitivo marcadamente negativo, en la relación con nuestros pares y con nuestros jefes. Todos de alguna forma u otra buscan sobresalir pero algunos lo hacen tapando al resto, capaz demostrando inseguridad en sí mismos, a veces no se apoya el crecimiento mutuo que sería más genuino y nutritivo para todos.

Podría seguir mencionando ejemplos pero no quiero aburrir, mi intención es llegar a algo que a mi forma de ver está muy relacionado a la solidaridad y es el concepto de consciencia colectiva. Estas creencias compartidas o actitudes morales que funcionan como una fuerza unificadora dentro de la sociedad.

Aquí está el principal problema en donde entra en juego cierta subjetividad asociada a lo moral, a lo que para uno está bien hacer y para otro está mal. ¿Todas las personas buscamos el bien común? ¿Cuál es el bien común?. Ahí es donde aparece la política, que en su concepción se asocia a la búsqueda de bien común, pero al mismo tiempo es quien muchas veces lamentablemente por mal uso de esas capacidades termina deformando ese concepto y promueve más división que unión, más individualismo en nuestro accionar.

Ahora bien, considero que tendríamos que hacer una autocrítica e intentar trascender eso destructivo que muchas veces se nos impone. Tenemos la oportunidad de entender que nuestra responsabilidad como ciudadanos es mucho más que el simple hecho esporádico de votar y en estos momentos más que nunca requiere de un lugar crítico pero constructivo, consciente y al mismo tiempo activo.

Por eso, mi costado más soñador e “idealista” les puede decir que por momentos creo en ese espíritu colectivo, en ese accionar de los pueblos que luchan por sus derechos. En esa valentía que identificó históricamente a los grandes revolucionarios que lograron cambiar las cosas. Creo que existe la forma de cambiar el comportamiento, de confiar en nosotros mismos y a su vez apoyar el crecimiento de los demás. Esa es una virtud que tenemos cada uno de nosotros al alcance de nuestras manos y a veces no nos damos cuenta. Es un valor que nos identifica y nos va a hacer crecer para el día de mañana tener una sociedad más amorosa y menos odiosa.


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viernes, 4 de septiembre de 2020

El arte como forma de vida

Recuerdo que un profesor de filosofía que tuve en la Universidad, el último día de cursada de su materia nos dijo: "yo soy filósofo, psicólogo y actor y en el único lugar en el que le puedo encontrar un poco de sentido a la vida es a través del arte".

Esa idea me quedó dando vueltas en la cabeza, porque durante mucho tiempo busqué cierto espacio de pertenencia dentro del mundo que me rodeaba. Sin saber bien qué quería, ni hacia dónde ir. Con ese planteo existencial de no entender el papel que uno vino a jugar en este rompecabezas que es la vida.

El recorrido me encontró, mientras estudiaba para ser Técnico Electrónico generalmente "armando" canciones desde que tengo 15 años como algo instintivo y natural, con las pocas "herramientas" que tenía, haciendo ruido con un balde de pintura para marcar el ritmo y escribiendo letras románticas de desamor cuando ni siquiera había experimentado ese sentimiento.

Al mismo tiempo atravesaba esa etapa tan conflictiva que es la adolescencia y no era consciente de lo que representaba para mí ese modo de expresarme. No lo registraba como una búsqueda sino como una necesidad natural.

Era el momento de elegir una carrera en la universidad y no estaba preparado para tomar esa decisión, incluso nunca me planteé si quería ir a la facultad o elegir otros caminos. Seguí el consejo de mis padres buscando cierto apoyo y seguridad a futuro que en realidad nunca existió.

Elegí una carrera que más o menos me gustaba y podía garantizarme cierta economía estable, estudié varios años hasta que me dí cuenta que no era lo que me apasionaba. No es que me haya ido mal, es que simplemente no estudiaba. Mis padres me apoyaban y no necesitaba trabajar pero en ese tiempo que debería estudiar me la pasaba haciendo canciones y grabando con la computadora o escribiendo poemas en este blog.

Fue ahí cuando me di cuenta que lo mío era la comunicación en alguna de sus formas, que necesitaba encontrar un modo de "contar historias" y comencé a estudiar para ser periodista, me acerqué mucho más a lo que necesitaba y ese recorrido me brindó muchas enseñanzas, pero aún así seguía sin encontrar esa sensación que buscaba.

Recién después de un tiempo y camino recorrido logré entender que todo lo que me fue pasando tuvo un propósito y fue parte de una búsqueda. Mis canciones reflejaron siempre lo que llevaba adentro y no me animaba a decir, mis frustraciones, mis represiones, mis enamoramientos y mis reflexiones más genuinas. 

El día de hoy me encuentra expresando lo que siento con total libertad y sin ninguna barrera y estos instantes que logro a partir de la escritura o la música son los que me hacen comprobar aquel comentario de mi profesor de filosofía sobre el arte y el sentido de la vida.


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