jueves, 27 de agosto de 2020

Las estructuras de poder y sus complejidades

Una vez, en una entrevista radial, escuché a un artista solista hablar sobre la relación con su ex grupo sobre los principales motivos de la separación de la banda y él decía que se habían separado porque el vínculo que tenían se había vencido por las estructuras de poder que llevaba su organización y la distribución de responsabilidades de cada uno de sus integrantes.

Este comentario que podría haber pasado de largo para cualquier oyente, me llamó la atención porque siempre he tenido inquietudes y cortocircuitos en proyectos laborales o personales que se realizan de a muchas personas. En mis intentos por generar propuestas o plantear ideas con otras personas, en mi capacidad de “vender” lo que quiero hacer e imponerme ante lo que dicen los demás para ganar “esa batalla de ideas”.

Si bien muchas de esas iniciativas se frustraron en su nacimiento, algunas de las que sobrevivieron no pudieron ser sostenidas en el tiempo y creo que eso tuvo que ver con la construcción inicial de relaciones de poder entre las personas que las integraban y el rol que ocupaba cada una de ellas en ese vínculo. 

En las pocas propuestas que lograron superar los obstáculos mencionados anteriormente y se realizaron, sentí que el resultado final perdía esa impronta inicial para lo cual fueron creadas. El filtro de otras personas y mi falencia o poca voluntad argumentativa para “defenderlo” hicieron que ese proyecto no respete su esencia y al mismo tiempo disipe su consistencia. 

Creo que es importante poder diferenciar el objetivo principal de esos vínculos, en donde lo prioritario es el proyecto y no el debate moral para ver quién tiene la razón y quién no. Lo dicho anteriormente no es un detalle menor ya que para formar parte de cualquier equipo de trabajo o de personas que tienen un proyecto en común hay que tener una escucha activa que nos permita recibir de buena forma lo que propone la otra persona, pero al mismo tiempo estar convencidos de que lo que proponemos es superador o saber argumentarlo. 

Como nunca me llevé bien con la idea de “discutir” y siempre me generó efectos negativos, muchas veces termino cediendo mi postura inicial para no atravesar por ese proceso desgastante. Aunque sé que esa etapa incómoda puede ser nutritiva, la sensación que me deja en el cuerpo es fea, tal vez más por las formas que por el contenido en sí.

Ese procedimiento es válido y entendible para todo lo  que tenga una explicación lógica, pero al mismo tiempo es demasiado racional. Para temáticas como la música o la escritura en cualquiera de sus formas (si bien respetan estructuras) existen muchísimas subjetividades en juego que a mi forma de ver a veces están más ligadas a la intuición y no siempre pueden explicarse con argumentos sólidos y comprobables teóricamente.

Es ahí cuando, a mi forma de ver, se pierde el espacio tan lindo de libertad que te da una profesión que te gusta y se transforma en algo que tiene que respetar un fundamento formal u objetivo. Si bien es bueno que pueda existir un equilibrio entre lo emocional y lo estrictamente racional, considero que muchas veces esas estructuras jerárquicas de poder nos pueden limitar lo intuitivo que tenemos y a la vez generar frustración.

En todo grupo de personas que tienen un fin común existen las estructuras de poder. Podríamos decir que son lógicas o normas construidas directa o indirectamente para facilitar el funcionamiento de una sociedad. En proyectos donde participan muchas personas se observa también ese entramado de dominio, del cual muchas veces formamos parte y nos adaptamos. El lugar que ocupamos en la cadena productiva puede ser útil para una organización. Pero lo importante es detectar si es útil también para nosotros, saber si nos permite crecer, aprender y nos genera motivación.

Por eso en esta etapa entendí que soy más feliz vinculándome de otra manera al momento de llevar a cabo una idea, de una forma más independiente y decidiendo yo mismo el lugar y el momento en el que le doy participación a otras personas. De esta manera voy construyendo una estructura de poder desde cero y no tengo que amoldarme a una ya creada.

Esta diferencia claramente está asociada al trabajo en relación de dependencia en el que -puede ser más cómodo en muchos aspectos- pero capaz por mi personalidad históricamente me ha limitado. El camino elegido es más duro porque requiere de un compromiso mayor, una impronta propia y un sacrificio grande. Pero el desafío por cumplir mis metas personales supera todo lo otro, porque en definitiva qué seríamos sin esa sensación indescriptible que se siente en el cuerpo cuando haces algo que te gusta y lo dejas fluir.

®JAM®

viernes, 21 de agosto de 2020

Cansarse para descansar: la importancia de la acción

 

Tenía un profesor en la escuela que los viernes cuando llegaba el momento de despedirse en vez de decir "que descansen" decía "que se cansen" y aunque muchos no percibían ese detalle, o lo dejaban pasar como un simple chiste, siempre me llamó la atención ese comentario porque no era tan liviano como parecía.

Era una escuela técnica y no había tiempo para pensar o replantearse cosas, todo tenía un costado muy racional y lógico. Nos formamos para eso, para ser "inteligentes" y resolver ejercicios, el que los hace bien, aprueba y va superando las instancias de evaluación correspondientes. Las materias teóricas eran vistas como pequeñas e inexistentes, al lado del “monstruo” de los problemas de física o las ecuaciones matemáticas. 

Nadie se percataba que detrás de "lengua y literatura" o "filosofía" podía existir algo valioso, eran obstáculos chiquitos para obtener el premio mayor, porque no estábamos para eso, había que ser productivos y eficientes. Y no reniego de eso, porque aprendí muchísimas cosas que me transformaron en la persona que soy, pero al mismo tiempo me formaron con esa dinámica que representa la lógica de “los unos y los ceros”, la falta de matices.

Por otro lado, pasábamos mucho tiempo en la escuela, todo el día casi, dos turnos: a la mañana cursábamos materias de "aula" y a la tarde teníamos "taller" donde aprendíamos la parte práctica. En ese momento, nuestra vida se centraba en estudiar y sacar adelante las notas. Compartíamos la vida ahí adentro y me hice amigos que al día de hoy mantengo con gran amor. 

Todo eso que pasaba durante la semana ocupaba nuestro tiempo y hacía que estemos entretenidos, con objetivos, que nos gusten o no, nos desafiaban constantemente a superarnos, a relacionarnos entre nosotros, con un fin común que era aprender cosas nuevas que nos iban a servir a futuro para nuestras vidas, nos iban a posicionar como profesionales, nos iban a permitir obtener un trabajo y un medio de vida. 

Pero a pesar de eso, no nos preparábamos para vivir en sociedad, para aprender a ocupar nuestro tiempo, para conocernos y conocer a las demás personas, para saber disfrutar de nuestros ratos libres, para creer y confiar en lo que somos, más allá de lo que producimos. Para replantearnos si lo que nos pasa es lo que deseamos, para entender el contexto social y para comprender que existen diferentes formas de ver la vida. Era todo exacto y calculable.

Cuando me recibí, elegí una carrera universitaria y empecé a trabajar. Ya no estaban mis compañeros de siempre, había que salir a "la vida real". Y fue muy frustrante para mí entender en ese momento que todo lo que estaba pasando hasta hace muy poco, se había terminado, que ya no volvería a ver a mis amigos todos los días, que ya no teníamos objetivos en común, que me encontraría con un mundo desconocido y poco predecible.

Fue entonces después de mucho tiempo que logré comprender la importancia de lo que decía ese profesor y en el contexto que lo hacía. Entendí que somos nosotros quienes construimos nuestra vida día a día, que tenemos la posibilidad de equivocarnos y cambiar el rumbo. Que podemos ser felices de distintas maneras, que no todo es tan estanco ni radical. Que para disfrutar hay que hacer, que para "descansar" primero hay que "cansarse".


®JAM®

viernes, 14 de agosto de 2020

La autoestima y su efecto en nuestros vínculos

Durante mucho tiempo creí que lo feo que me pasaba en mis relaciones con las personas era culpa de los otros, que simplemente tenían actitudes malas o eran malos conmigo. Me posicionaba en un lugar de "víctima" ante los hechos. No veía que la solución podía estar adentro mío o que al menos podía hacer algo para cambiar esos vínculos.

Algunas veces dependiendo del estado de ánimo que tenga, cambio mi percepción de lo que ocurre, eso se refleja en mi accionar y en los resultados que obtengo que generalmente son diversos. Me dí cuenta que ante situaciones similares, dependiendo de cómo me encuentro, puedo reaccionar diferente y eso hace que la receptividad de las personas también cambie y se complique nuestra interacción.

En esos momentos se genera un conflicto que mal llevado puede terminar en una falta de respeto. Aquí me quiero detener, porque esa falta de respeto implica un comportamiento negativo de esa persona hacia nosotros y a la vez si lo aceptamos, una conducta de poca valoración propia. Pero ¿qué hacemos nosotros para querernos, para sentirnos bien o para adquirir confianza? y ¿Qué lugar ocupamos en las relaciones con los demás?

En todo esto creo que puede influir la autoestima. Esa apreciación que tenemos de nosotros mismos. La evaluación que hacemos sobre nuestra persona al juzgarnos en relación a nuestros pensamientos, nuestros sentimientos o nuestro cuerpo de una manera u otra.

Trabajando sobre mi persona aprendí que esa virtud de mi carácter puedo construirla en base al amor propio, a la confianza y al respeto hacía mí.  Encontrar equilibrio entre cada una de esas variables es, a mi entender, lo que me posiciona en un lugar correcto y saludable conmigo y con las demás personas.

Quererme a mi mismo implica cierto grado de madurez y responsabilidad que me permitan aceptarme como soy y trabajar para ser mejor día a día, sin la necesidad puntual de una aprobación externa. Cuidar mi cuerpo, mis horas de sueño, liberar mi mente de pensamientos intrusivos, respetar mis emociones y aprender a exponerlas de la mejor manera.

Si bien pueden existir personas con actitudes que nos afecten, si no hacemos nada para cambiarlo o simplemente alejarnos, estamos siendo parte de ese vínculo dinámico que se construye entre dos o más personas y no es unilateral.

Por eso, pienso que es muy importante edificar nuestro amor propio de una forma sana y equilibrada. De esta manera lograremos ver todo con otros ojos, formaremos vínculos diferentes y abordaremos con otra mirada lo que sucede. Lo haremos sabiendo actuar en consecuencia y respetando a los demás, pero por sobre toda las cosas respetándonos a nosotros mismos.

viernes, 7 de agosto de 2020

Más allá de la rutina: pensar lo que hacemos y porque lo hacemos

Siempre me generó inquietud el concepto de rutina, podría decir que tiene una connotación negativa de por sí. Por ejemplo cuando una persona se va de vacaciones, dice: “me escapé unos días de la rutina” o “estoy cansado de la rutina”. Hay personas que a lo largo de su vida repiten ciertos hábitos cíclicamente, se levantan a la misma hora, tienen el mismo trabajo, viven en el mismo barrio o interactúan con las mismas personas todos los días y disfrutan de esa estabilidad.

Entiendo que cuando uno tiene ciertas responsabilidades que atender, hay horarios para todo y que esos hábitos sirven para organizarse, pero a la vez te estructuran y te encierran en una inercia que se puede volver desgastante y aburrida. Sin darnos cuenta o a veces en forma consciente, repetimos acciones que en definitiva no elegimos, sino que “hay que hacerlas” para poder cumplir con esa premisa de vida que elegimos en un algún momento de nuestra vida.

Lo cierto es que yo por mi personalidad inquieta y ansiosa, tengo cierto rechazo a ese tipo de repeticiones o lo veo como algo monótono que se sostiene en el tiempo y pierde frescura. Me suele generar un estado de confort en un principio porque me posiciono en un lugar “seguro”, pero no me produce esa adrenalina que me hace sentir vivo y que me saca del contexto que vivo para atravesarme por completo, emocional y espiritualmente. Por eso es que me gusta poner en duda el concepto de lo “eterno” o “para toda la vida” ya que si pierde dinamismo puede ser es una idea condicionante.

Busqué en el diccionario la palabra rutina y encontré dos definiciones:

  • Por un lado lo describe como “una costumbre o hábito adquirido de hacer algo de un modo determinado que no requiere tener que reflexionar o decidir”, casi como algo automático y repetitivo en lo que uno no tiene poder de decisión, visto de esa manera claramente es algo que no quiero para mi vida.
  • La segunda definición me parece más interesante ya que lo define como una “habilidad que es únicamente producto de la costumbre”. Acá ya lo describe más como una virtud que como algo negativo. No cualquiera tiene esa habilidad de adquirir la costumbre de realizar una misma acción reiteradas veces con un objetivo y sostenerla.

Este análisis y mi propia experiencia personal me llevaron a darme cuenta que no necesariamente es malo tener una rutina, siempre y cuando ese hábito esté asociado a sentirse bien física y emocionalmente (por ejemplo: ejercicio físico, alimentación, buen descanso) o cumplir una meta en particular. Observé además que yo realizo ciertas actividades hace mucho y las sostengo con mucho amor, porque me gustan y me hacen bien.

En conclusión, lo que verdaderamente me cansa no siempre es la acción de repetir algo sino el tipo de actividad que tal vez no me gusta y me cuesta sostener en el tiempo. La rutina no tiene porque ser monótona y aburrida sino que puede ser dinámica, positiva y producir satisfacción mientras la realizamos y al momento en que vemos cumplir nuestros objetivos.